¿Te acuerdas de esa serie que viste durante el confinamiento? ¿De aquella nana que te cantaba tu madre y que, algunas noches, suavizaron la angustia? ¿De aquella vecina que te recordaba, desde el balcón de enfrente, mientras tocaba su piano, que algo, aunque fuera algo, podía salir bien? Luego ha salido todo –o casi todo– mal, para qué engañarnos. Pero todo hubiera salido mucho peor sin esa gente que se parte la cara a diario por la cultura.

Y no hablamos exactamente en esta revista de los artistas que han podido seguir viviendo sin dificultad –que también han hecho lo suyo por animarnos–, sino de todas aquellas trabajadoras y trabajadores esenciales que hacen posible que la música te llegue a ti, que el arte te llegue a ti, que el teatro te acoja a lo grande, que los libros sean una realidad para quienes no aprendieron a leer ni a escribir. Gente que te ha mostrado, pasando o no por la alfombra roja, un mundo más plural a través del cine.

Como dice Laura Casielles en la introducción de este dossier, la cultura es sector, y ha arrastrado pérdidas millonarias, pero también es todo eso que se queda a la sombra de los focos. Son los despidos sin indemnización, el recurso de la familia para poder comer, la soledad que se siente cuando las políticas gubernamentales te dejan para el final, el temor a no poder seguir aprendiendo a tocar ese instrumento que comenzaste a amar con cinco años… El miedo ante la necesidad de cambiar de tercio cuando toda la vida has hecho lo que más querías.

Esta revista –la última que cerramos en el año de la pandemia, la primera que lanzamos en esta nueva década– es, de alguna manera, nuestro aplauso a la cultura. Muchas gracias y feliz año nuevo.